lunes, 16 de junio de 2014

EL FACTOR NEUROLÓGICO DE LOS TRASTORNOS ALIMENTARIOS, FACTORES DESENCADENANTES


Los trastornos alimentarios, esos en los que se encuadran las ya bien conocidas anorexia y bulimia, son por desgracia, uno de los grupos de enfermedades psicológicas con mayor prevalencia entre los jóvenes de las sociedades desarrolladas, y lejos de disminuir, se están convirtiendo en un habitual dentro de nuestros hogares.

A pesar de ser encuadradas dentro de las enfermedades de origen psicológico, lo cierto, es que en su aparición intervienen factores sociales, neurológicos, genéticos y fisiológicos de muy diversa índole, por lo que tratarlas desde un único prisma resulta insuficiente e ineficaz.

Más allá de la trasversalidad desde la que deben ser afrontadas este tipo de enfermedades, en este artículo se tratará de explicar la implicación neurológica de las TCA así como los factores desencadenantes de estos trastornos, dejando para futuras ocasiones las secuelas en el sistema nervioso debidos a estas enfermedades.

Como punto de partida, se ha de saber que el hambre y la saciedad, son sensaciones primarias activadas a nivel hipotalámico. Así, en la región ventro-medial hipotalámica, se encuentra el centro de la saciedad (núcleo paraventricular y ventro medial), mientras que en la región lateral, se encuentra el centro del apetito. La implicación  de estos núcleos, formados por una red compleja neuronal, es conocida gracias a los ensayos realizados en animales de experimentación, que sufren problemas de hiperfagia y obesidad, o de anorexia y pérdida de peso, cuando se producen daños intencionados en la zona ventro-medial o lateral hipotalámica, respectivamente.

Si bien queda demostrada la aparición de trastornos  en la conducta alimentaria cuando se produce algún tipo de lesión en estas zonas  cerebrales ¿por qué personas sin una lesión aparente en estas regiones hipotalámicas pueden llegar a desarrollar un desorden en su ingesta?

La respuesta a esto aun está en el aire debido al carácter etiológico multifactorial al que antes se hacía alusión. Sin embargo, diversos estudios respaldan la teoría de la existencia de una disfunción de los neurotransmisores sinápticos (sobretodo serotonina, catecolaminas y opioides endógenos) a nivel hipotalámico, desencadenados por factores emocionales de baja autoestima, traumas familiares, trastornos afectivos y un largo etcétera de factores ambientales que condicionan el entorno de interrelación del individuo. Ante estas situaciones, los niveles de serotonina en sangre podrían disminuir, haciéndolo también la frecuencia de sinapsis hipotalámicas, y afectando al deseo de comer.

A pesar de la fuerte implicación psicosocial de estos trastornos, recientemente se ha investigado la participación de factores biológicos, en concreto genéticos, de estas enfermedades, habiendo encontrado una mayor frecuencia de TCA entre los familiares de personas con TCA, que entre aquellos que no los presentaban. Ésto abre el debate a la existencia de factores genéticos que, junto a las condiciones ambientales, determinan la vulnerabilidad de una persona a padecer una enfermedad de este tipo. Y de ser esto cierto, una vez más la genética abriría la esperanza a que personas con cierta predisposición genética, se adelantasen al posible desarrollo de la enfermedad con la adecuada ayuda psicológica o con la prescripción del adecuado tratamiento farmacológico que mantuviese una correcta liberación de los neurotransmisores en las vías hipotalámicas.


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