Son las 8.30 h de la mañana, y el
noticiero matinal abre su sección de sucesos con una noticia que como mínimo
hace reflexionar sobre cómo el instinto puede “anular” nuestra capacidad de
razonamiento cuando es la supervivencia o la protección de nuestra prole, las
que están en juego (noticia). Christina, una mujer, que en otras
entrevistas aseguró que le aterrorizaban las alturas hasta el punto de quedarse
paralizada en los pisos más altos de los edificios, no dudó en saltar por la
ventana de su casa al verse sorprendida por un fuego que la tenían, a ella y a
su bebé de 18 meses, acorralada.
Sin embargo, ahí no acaba la hazaña,
ya que la heroica mamá, consciente de la temprana edad de su pequeño, y de que
el fuerte impacto que podría sufrir su hijo en la caída, podía costarle la
vida, decidió agarrarlo con fuerza a su vientre y arrojarse al vacío de
espaldas, para que su propio cuerpo sirviera de parachoques del bebé.
Como resultado del malogrado accidente,
la mujer tuvo múltiples traumatismos, la mayoría concentrados en la columna
vertebral, con la rotura de varias vértebras y la sección de la médula espinal
en varios puntos.
Hoy relata esta historia postrada
en la cama, ya que las lesiones en la columna posiblemente no le dejen volver a
caminar, pero la sonrisa en su cara son el reflejo de la satisfacción de haber
conseguido su objetivo, ya que su hijo, no sólo sobrevivió al terrible
accidente, sino que no tuvo ninguna contusión grave y goza de una salud de
hierro.
Ante esta noticia, la pregunta
que nos podríamos hacer es ¿Qué ocurre en el cerebro del ser humano para que
ante determinadas circunstancias los conductas instintivas se superpongan a la
lógica del razonamiento? ¿Somos entonces más animales de lo que creemos?.
La respuesta, como siempre que se
habla del sistema nervioso, resulta complicada, ya que a la hora de tomar una
decisión en una situación límite intervienen muchos factores, y no se sabe muy
bien por qué cada persona reacciona de manera diferente cuando entra en juego
el instinto, si bien, éste es característico y similar en todos los individuos
propios de una misma especie.
Para comenzar, se puede decir que
nuestro cerebro está a su vez, dividido en tres cerebros, el cerebro reptiliano, el sistema límbico y la
corteza cerebral o neocortex. De ellos, el primero es el más primitivo de
los tres. Proviene de la época de los reptiles y se encarga de las funciones
vitales involuntarias del individuo, como respirar, o regular la temperatura
del cuerpo, rigiéndose únicamente por la respuesta a un estímulo.
El sistema límbico, formado por
hipotálamo, amígdala e hipocampo, apareció con los primeros mamíferos, y es el
responsable de los instintos y emociones, tales como el instinto maternal, las
conductas agresivas, de miedo, de celos, etc,…
Por último, el neocortex, que se
encuentra en la parte más superficial del cerebro, y es el más reciente de
todos, se encarga de integrar los diferentes estímulos procedentes del interior
y exterior, generando respuestas lógicas acordes a los mismos.
Estos tres cerebros trabajan de
manera coordinada generando respuestas que permitan una mejor adaptación al
medio. La coordinación entre ellas resulta básica para dar la respuesta más
exitosa. Sin embargo, dado que el ser humano es el último eslabón de la cadena evolutiva,
cabría pensar que nuestros cerebros más primitivos, son precisamente los que
menos intervienen en nuestro día a día. Pues
bien, nada más lejos de la realidad, debemos ser conscientes de que gran parte
de las sensaciones que experimentamos a lo largo de una jornada provienen de estas
regiones ancestrales, aunque, en nuestro caso, después le demos un sentido lógico o de
control, gracias a la intervención de diferentes áreas de la cortex cerebral.
La importancia de cada uno de
ellos vendrá dada por la situación y la propia persona. Veamos dos ejemplos
para hacernos a la idea de esta participación.
Cuando una madre aparta a su hijo
del borde de la acera por el temor de que sea arrollado por un vehículo,
independientemente de que en ese momento pase o no un coche, viene dado por un
instinto de protección originado en el sistema límbico, con poca intervención
de los razonamientos procedentes de la corteza frontal. Simplemente se le
aparta ya que esta respuesta lo único que pretende es la supervivencia de la
prole.
Una situación bien diferente, es
la que se encuentra en una entrevista de trabajo. En esta ocasión, lo que la
persona pretende es proyectar una imagen de control y seguridad, por lo que
debe ser el cortex cerebral el que tenga una mayor intervención para dar las
respuestas más coherentes al entrevistador. Sin embargo, el sistema emocional,
aquel que aparece sin lógica alguna cuando salimos de nuestra zona de confort, puede
jugar una mala pasada, originando una sensación de nervios y angustia difícil
de controlar, aumentando la frecuencia cardiaca y respiratoria como respuesta
al estrés, e incluso pudiendo anular la lógica del razonamiento, sintiéndose incapaz
de comprender y responder a las preguntas formuladas por esa otra persona. Aunque
es imposible controlar la aparición de esta emoción, lo que sí puede hacer el
sistema nervioso, es gestionarla a nivel de la corteza, “controlando” la situación para responder
coherentemente a las preguntas del entrevistador.
Como se puede apreciar en estos
dos ejemplos, el sistema límbico tiene un gran protagonismo en nuestro día a
día. Así, en el trágico accidente de
Christina, en el que el instinto de supervivencia y maternal, obraron conjuntamente para no dudar en saltar con la intención de sobrevivir, fue el
razonamiento el que le permitió pensar que si lo hacía de espaldas su cuerpo serviría de protección a su hijo contra el impacto. Así, el éxito del resultado, cuyo objetivo último era salvar la vida de
su bebé, vino dado por una rápida toma de decisiones en la que las diferentes partes del cerebro tomaron parte.
Como última reflexión, se puede
decir que la base de nuestra evolución no viene dada por la anulación de nuestra parte emocional más primitiva, ya que precisamente ésta es la base de nuestra supervivencia y la relación con el medio que nos rodea, pero sí que la gestión de los instintos y emociones será crucial para adaptarnos
con más éxito a situaciones de conflicto, de miedo, de inseguridad…que por un
momento, y de manera inevitable, nos apartan de nuestro estado de
confort. Será esta la base de la inteligencia emocional.
Fuentes consultadas
Autor: María Antonia González González
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